TRILCE ISLA LITERARIA

TRILCE ISLA LITERARIA

miércoles, 28 de agosto de 2013

EN SUS MANOS

El aire acondicionado se había estropeado y el calor en el edificio era sofocante. Héctor acababa de comenzar su jornada nocturna como vigilante, en uno de los rascacielos más altos y antiguos de la ciudad. Sus treinta y dos plantas eran todas oficinas y las cámaras de televisión se encargaban de hacer la mayor parte del trabajo.  La lluvia arremetía con violencia contra el asfalto recalentado de la calle dando un ligero respiro a las altas temperaturas que marcaban los termómetros. Héctor se había desabrochado los botones de la camisa de su uniforme. Se encontraba solo y hasta las seis de la mañana que llegara la empresa de limpieza, podía estar cómodo. Hizo una ronda de reconocimiento por el edificio a través de los monitores y cuando comprobó que todo estaba tranquilo puso los pies encima de la mesa, se recostó en su sillón y reanudó la lectura del último capítulo de la novela que estaba leyendo. Pasados apenas unos minutos después de un trueno ensordecedor el rascacielos se quedó a oscuras. Héctor no contaba con eso. Probablemente habría saltado alguno de los automáticos o quizá el general pero no le quedaba más remedio que ir a comprobarlo, así que cogió su linterna y se encaminó hacia el sótano donde se encontraba el cuadro eléctrico. Al abrir la portezuela se dio cuenta que el diferencial general estaba hacia abajo. —Maldito edificio. —masculló entre dientes. Cuando no fallaba una cosa se estropeaba otra. Asió el automático con las dos manos y lo impulsó hacia arriba. En ese momento las manos se le quedaron pegadas y a continuación una enorme descarga lo lanzó de espaldas varios metros. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que se encontraba en la cama de un hospital. Había perdido las dos extremidades hasta la altura de los codos a consecuencia de la brutal descarga. Aun así, estaba de suerte. El cirujano tenía previsto el implante de unos brazos procedentes de un cadáver, cuando Héctor estuviera un poco más recuperado. Unas semanas después la operación se llevaba a cabo. Tras un año y medio de rehabilitación, Héctor tenía una movilidad con sus nuevas extremidades de más del sesenta por ciento, lo que aunque con ciertas dificultades, le permitía poder hacer las cosas básicas como asearse o poder comer. Incluso había vuelto a ocupar su antiguo puesto como vigilante en la empresa donde trabajaba. A veces, cuando se miraba las manos, inmediatamente ponía en práctica un ejercicio mental que le había enseñado el psicólogo, para que no se traumatizara.
Ese viernes decidió quedarse a ver una película antes de irse a dormir. Desde que sufrió el accidente ya no hacía el turno de noche y el fin de semana no trabajaba, así que no tenía que madrugar. Apagó la luz, se recostó en el sofá y le dio al <<Play>> de su reproductor. No habían transcurrido siquiera unos minutos de película y ya se había quedado dormido. La sensación de que alguien tiraba de  sus manos, le hizo abrir los ojos. Entonces lo vio. Fue tan solo una fracción de segundo, pero le había parecido ver a un hombre alto frente a él, sin brazos. El corazón comenzó a latirle con tanta fuerza que parecía que se le iba a salir por la boca. Estuvo intentando racionalizar las cosas. Vivía demasiado obsesionado desde que le trasplantaron esos brazos y necesitaba no pensar tanto en ello. Apagó el televisor y se acostó. Dormir le vendría bien y además lo necesitaba. La luz de las farolas de la calle se filtraba a través de los visillos permitiendo la visión, sin molestar para conciliar el sueño. La respiración de Héctor comenzaba a ser pausada lo que indicaba que se estaba empezando a dormir. La sábana comenzó a deslizarse hacia sus pies destapándolo. Abrió los ojos de golpe y volvió a verlo de nuevo. Esta vez no era una alucinación. Allí estaba el hombre sin brazos que había visto en el salón. Desde el rincón de la habitación le miraba fijamente. El miedo tan aterrador que sentía lo tenía clavado en la cama. La sangre golpeaba sus sienes tan violentamente que tenía la sensación de que le iba a estallar la cabeza.
Tres días después encontraron el cadáver de Héctor en su cama. El forense que certificó su muerte puso en el informe que la causa había sido un infarto fulminante y comentó con su ayudante que jamás en todos los años que llevaba como profesional, había visto una cara de espanto tan aterradora. Al día siguiente de la muerte de Héctor, los periódicos daban la noticia del fallecimiento por atropello del jefe de cirugía de un renombrado hospital. Lamentaban la muerte de uno de los mejores cirujanos destacando alguno de los trasplantes imposibles que había realizado con éxito. La Familia agradece las muestras de condolencia y ruega una oración por su alma. D.E.P.

Luis Renedo De La Peña