TRILCE ISLA LITERARIA

TRILCE ISLA LITERARIA

domingo, 15 de diciembre de 2013

El manuscrito Voynich, verdadera fortuna. "Auténtica estafa"

El relato con el que gané una comida con Matilde Asensi.



Antecedentes para entenderlo:

El relato tenía que estar basado en “La codificación del Manuscrito Voynich”.
    El manuscrito Voynich es un libro anónimo escrito en torno al año 1570, aunque también se atribuye a Roger Bacon y entonces sería de 1214-1294. Su característica principal es que está escrito en un lenguaje desconocido o cifrado que todavía hoy no se ha podido descifrar.
    También se piensa que puede tratarse de una estafa ideada por el propio Voynich quien elaboraría el documento apoyado por sus conocimientos de librero y anticuario y trataría de hacerlo pasar por un manuscrito perdido de Roger Bacon que podría venderse por una auténtica fortuna.
    Y otra posibilidad, la que a mí más me gusta pero igual de improbable que las demás, es que el matemático y astrólogo Jhon Dee con algún ayudante más, lo ideara para sacar los cuartos a Rodolfo II de Bohemia.
    En cualquier caso lo cierto es que Voynich comenzó a interesarse por los libros y manuscritos antiguos: prosperó muy rápidamente en un negocio en el cual era un profano, ignorándose la procedencia de sus recursos económicos iniciales y estableció un importante comercio de libros raros al cual acudían muchos coleccionistas para conseguir textos descatalogados, raros, incunables o imposibles de encontrar.
    En 1912 halló en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, Italia, el manuscrito que hoy lleva su nombre y que compró a bajo precio junto con otros manuscritos y libros antiguos (parece ser que la orden necesitaba desesperadamente el dinero para arreglar el colegio); intentó descifrar su contenido remitiendo copias del mismo a diversos expertos, aunque sin resultado alguno.
    En noviembre de 1914, a punto de comenzar la guerra, embarcó en el célebre trasatlántico Lusitania —hundido al ser torpedeado por un submarino posteriormente, durante la contienda— y se trasladó a Nueva York con su colección de libros y su negocio de librero especializado en textos raros.
    Para escribir mi relato me he basado en mi opinión particular de que jamás se podrá descifrar el manuscrito de forma satisfactoria para todas las opiniones y con unanimidad de los expertos y de que constituye un engaño. Las extrañas características del texto del manuscrito y el contenido sospechoso de sus ilustraciones (tales como las plantas quiméricas) conducen a muchos expertos, y a un profano que soy yo, a pensar que el manuscrito es en realidad un engaño.
    En 2003 el especialista en computación doctor Gordon Rugg mostró que se podía reproducir texto con características similares a las del que contiene el manuscrito, mediante el uso de una tabla con prefijos, raíces y sufijos, que habrían sido seleccionados y combinados por medio de una plantilla de papel perforado. Este mecanismo, conocido como Rejilla de Cardano, se inventó hacia 1550 como herramienta criptográfica.
En el texto que presenté al concurso mencioné la rejilla de Cardano, a Ethel, esposa de Wilfrid M. Voynich quien al parecer lo vendió a la Biblioteca Beinecke de libros y manuscritos antiguos de la Universidad de Yale, donde se halla en la actualidad y además, y esto es deformación titánica, lo sitúo en el Titanic en vez de en el Lusitania. Wilfrid nunca estuvo en el Titanic pero sí en el Lusitania cuyo naufragio constituyó una tragedia de mayor dimensión que la del Titanic, aunque como Cameron todavía no le ha hecho uina película, casi nadie lo sabe.
    En 2009, investigaciones de la Universidad de Arizona demostraron, mediante la prueba del carbono 14, y con una fiabilidad del 95%, que el pergamino del manuscrito podía datarse entre 1404 y 1438. Por otra parte, en otro estudio posterior se demostró que la tinta fue aplicada en torno a esas fechas, confirmando así que el manuscrito es un auténtico documento medieval y eliminando la posibilidad de que fuera el propio Voynich el autor.
    A mi modo de verlo (aunque insisto, solamente soy un aficionado inexperto) un documento medieval sí es, pero una auténtica estafa (tal vez un herbario o un texto de recetas) que puede costar una verdadera fortuna, afortunadamente no creo que nadie jamás pueda descifrarlo.
    Pasamos al relato, el texto lo inicia Matilde Asensi de este modo:

“No podrán. Nadie podrá nunca.”, me dije observando el manuscrito. Por fin lo había terminado. Yo era la última persona viva que entendía aquellas ocultas palabras que encerraban el conocimiento secreto. Ahora, sólo quedaba esperar.
   
    Y a partir de aquí 150 palabras mias para terminar lo que Matilde inició.


Esperar a que los lobos aullaran en mi puerta o los buitres detectaran a su presa.
    Sin embargo, no fueron hambrientos carroñeros sino un oficial del Titanic quien golpeó la puerta del camarote con urgente reiteración.
    - Señor Voynich nos hundimos, salga rápido a cubierta con su esposa, no hay botes salvavidas para todos los pasajeros.
    Corrimos desesperados, aferrando la vida, cobijando el escrito contra mi pecho. Las damas tienen preferencia para abandonar el barco, Ethel, mi esposa, fue designada para salvarlo, el documento cambió de pecho.
    Tuvimos suerte, cada uno por nuestros medios sobrevivimos al naufragio. La tragedia incrementó la leyenda convirtiendo al libro en la piedra filosofal de nigromantes, coleccionistas y criptógrafos.
    Aguardo tranquilo en mi trastienda la aparición de algún excéntrico millonario, desconocedor de la rejilla de Cardano y quiera pagar, por un manuscrito medieval cuyo contenido constituye una estrepitosa estafa, una auténtica fortuna.
    Afortunadamente, nunca, nadie, podrá descifrarlo.


Una pena que solo fueran 150 palabras, el tema daba para muchas páginas, quizá, y esto es una amenaza, un día haga de este texto una novela.


Ángel Utrillas

martes, 10 de diciembre de 2013

HIPNOSIS,- (Tan real como la vida misma)



Deberían darme dos medallas. Una por gilipollas y otra por si acaso se me pierde. Parece mentira, que con mi edad aún me deje engañar con falsas promesas. Eran poco más de las siete de la mañana. Después del café, encendí mi primer cigarrillo como cada día, mientras iba camino de mi trabajo. Un cartel en un coche llamó mi atención aunque pasé de largo. Al llegar a la esquina, antes de dejar esa calle, me  pregunté: ¿y si fuera cierto? Así que volví sobre mis pasos y apunté el teléfono. A media mañana, marqué el numero en cuestión y al otro lado me atendió una voz bastante sugerente. —Hola, buenos días, centro………..le atiende la señorita……—Buenos  días. —Contesté yo. —Verá. —Comencé diciendo. —He visto su publicidad en la ventanilla trasera de un coche aparcado y garantizan el tratamiento en un 98% lo que ha llamado mi atención ya que eso es mucho garantizar y tratándose de lo que se trata, pues quizá me pudiera interesar. —A ver, le comento. —Me respondió ella. —Este tratamiento, es bastante efectivo. De las personas que yo conozco que lo han probado, en todos los casos ha resultado positivo. No obstante si quiere, puedo pasarle con la persona que le impartiría dicho tratamiento, ya que seguramente pueda informarle con más precisión. —Se lo agradecería señorita. —Una voz masculina, bastante grave sonó al otro lado del teléfono. —Buenos días. Me comenta mi secretaria que quería información sobre esta técnica que estamos impartiendo.—Después de casi media hora tratando de convencerme de los efectos beneficiosos de este nuevo tratamiento, me emplaza para una cita informal antes de tomar ninguna decisión. Quedamos una mañana y entre cañas de cerveza, me convence para que iniciemos la primera y única sesión de la que consta este tratamiento.  Me dice que me dará las herramientas necesarias para acabar con mi problema. El martes, a la hora convenida estoy puntualmente en la puerta de la consulta. No sé qué herramientas me dará, pero por si acaso me he llevado el coche ya que con el calor que hace cualquiera carga con algo. Nada más entrar, me pasa a una habitación donde hay un monitor de video, un par de sillas plegables de esas que se utilizan en los cines de verano y un diván de los del “Ikea”. Me pone un video que ya he visto cientos de veces en internet y me obliga a verlo en esas incomodas sillas. A los diez minutos, apenas puedo aguantarlas. A continuación me acomoda en un sillón y después de poner una música relajante, me dice que cierre los ojos y comienza a hablarme. —Te pesan los párpados. Cada segundo que pasa hace que te relajes y se acentúa la sensación de sueño. Tu cuerpo es, más y más pesado. Piensa en la primera vez que encendiste un cigarrillo. —Vamos a ver. Como voy a acordarme del primer cigarrillo si hace más de treinta años que fumo. —Ahora, estas subiendo unas escaleras y te detienes en el rellano. Contaremos del diez al uno, muy lentamente. Junta tu dedo pulgar, con el índice y el corazón. Apriétalos fuertemente. Cada vez que tengas ganas de encender un cigarrillo deberás apretar estos dedos, mientras piensas, que no te apetece fumar. Cuando veas cualquier cosa que tenga el color rojo, convéncete de que eres un no fumador y tus ganas de encender un cigarrillo desaparecerán. Te encuentras muy relajado. Cada vez tienes más sueño y tu cuerpo está sintiendo un estado de relax profundo. Después de cuarenta y cinco minutos de estar repitiéndome que estaba relajado, por fin, comenzó a hacer una regresión, de no sé donde, pues no me había movido de allí en ningún momento. —Ahora, contaremos del cinco al uno y te despertaras. ¿Despertarme? ¡Pero si no me he dormido ni un solo segundo! Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Abrí los ojos y lo primero que escuché fue; Ya eres un no fumador. — ¡Qué bien!—pensé. Después de tantos años dependiendo del cigarrillo, una sola sesión de hipnosis había acabado por completo con mi adicción. Una vez pagada la factura de “tan solo 120 Euros”, Salí a la calle y lo primero que me vino a la mente fue encender un cigarro. Así que decidí utilizar las “herramientas” que según el “terapeuta” habían quedado en mi cerebro grabadas. Apreté los dedos tal y como me había enseñado y comencé a buscar cosas de color rojo mientras me repetía una y otra vez que ya no era un fumador. Encontrar cosas de ese color no fue difícil. Un coche, la ropa de la gente, un cartel, pero mi ansiedad no cesaba. Al final, después de apenas un par de horas, no pude aguantar más y comencé de nuevo a fumar. Me sentía ridículo y cabreado casi a partes iguales. Haber pagado para al final tener que utilizar la fuerza de voluntad, hacía que me sintiera patético. Estaba claro que a parte del dolor de dedos que tuve durante más de una semana, llegué a obsesionarme con el color rojo y lo peor de todo era que me habían robado con mi consentimiento. Además el nombre del tipo se las traía. (Oliverio Satisfecho).Después de cobrar ese dineral no me extraña que se quede satisfecho. Ahora han sacado esos cigarrillos electrónicos cargados de nicotina que prometen ser el remedio al tabaquismo. Pedro, un buen amigo mío, se lo ha comprado y cada dos cigarros se pone en la boca el electrónico, aunque sigue fumando lo mismo. Creo que cuesta unos cuarenta euros, que visto lo visto no estoy dispuesto a pagar. Al final la conclusión que saco de todo esto, es que lo único que hace desaparecer el hábito del tabaco es la fuerza de voluntad. Sin duda, sigo convencido de que merezco esas dos medallas.
Luis Renedo de la Peña

jueves, 5 de diciembre de 2013

MIGUEL HERNÁNDEZ



El 30 de Octubre de 2013 se conmemoró el 103 aniversario del nacimiento del poeta del pueblo.
La Biblioteca Municipal acogió el homenaje a quien, a base de risas y llantos, se ha hecho un hueco imprescindible en el corazón de muchos de nosotros, ya que su sensibilidad excepcional ha traspasado la frontera del tiempo y el espacio.
Vivió en propia piel el contenido de sus poemas, forjando la Guerra Civil su carácter y su alma helada de tanto dolor.
Los horrores que soportó, la distancia de su familia y el hambre, hicieron de él un baluarte para el pueblo que sufría en las trincheras.
Acompañó con sus letras la desolación, la incomprensión de la lucha y el enfrentamiento entre personas por motivos injustificados.
En la cárcel creó escritos de gran valor humano y en ella dijo adiós, a un mundo que se le antojó agridulce en múltiples ocasiones.
Su legado impregna la sala de la biblioteca con dos poemas inéditos, leídos con gran maestría y acierto.
El eco de su forma de ser, su humildad, su entereza y su desacuerdo con las normas, toma forma en cada uno de los escritos con los que tenemos la suerte de deleitarnos en esta tarde otoñal.
¡Gracias Miguel  por regalarnos un rato tan especial!

Mamen Manzano

jueves, 28 de noviembre de 2013

DÍA INTERNACIONAL DE LA PALABRA. 23 DE NOVIEMBRE

El sábado día 23 de noviembre la Asociación TRILCE Isla Literaria celebró el Día Internacional de la Palabra como Vínculo de la Humanidad.

Nos dimos cita en el restaurante El Cenador, en el Hotel el Restón de Valdemoro, lugar donde ya es tradición que celebremos nuestros eventos.



Abrieron el acto el Presidente de Trilce, Ángel Utrillas, El concejal de Cultura Germán Alarcón, el periodista y escritor José Manuel Contreras, la escritora y componente de Trilce Mamen Manzano y el también escritor y miembro de Trilce Juan Escudero.

Tras la breve presentación se pasó a hacer público el fallo del jurado del I Certamen de Relatos Trilce Isla Literaria.

Aprovechando que tres de los finalistas estaban en la sala se procedió a la lectura de sus obras, en primer lugar la quinta clasificada, Raquel Bordóns con su relato Ojos del desierto, seguida por la ganadora, María Cristobal con su relato Cuerda, viento y percusión. A lo largo del acto también se unió el tercer clasificado, Alberto Collantes y leyó su relato El fusilamiento.


 Inmediatamente después se pasó al verdadero homenaje a la palabra, todos los presentes que lo desearon pudieron hacer uso de la palabra en intervenciones de cinco minutos. Comenzaron los invitados institucionales...

Y a continuación y sin interrupción todos cuanto quiseron utilizar la palabra.


 Para terminar tuvimos la actuación de nuestra embajadora musical Sandra Castán, Miss Bombay

Y aunque el evento finalizó, todavía queda parte del homenaje a la palabra.

El sábado día 30 clausuraremos la exposición de la palabra que se está desarrollando en la Biblioteca Ana María Matute, efectuaremos el recuento de votos y haremos público el nombre del ganador y la palabra preferida de cuantos han visitado la exposición.

 Gracias a todos por participar en este homenaje a la palabra, la mejor herramienta para erradicar la violencia y el verdadero nexo de unión entre todos los pueblos.                                                           

Y si queréis saber qué palabra ha ganado os esperamos el sábado a las 12.30 en la Biblioteca Ana María Matute.

¿Ganará infinito, beso, sororidad, delicadeza, chisporroteo, deuteragonista, liberties...?

No sabemos qué palabra será la vencedora pero lo que si sabemos a ciencia cierta es que ganará, seguro, la palabra.

lunes, 25 de noviembre de 2013

CERTAMEN DE RELATOS TRILCE ISLA LITERARIA. RELACIÓN DE PRIMEROS CLASIFICADOS





Ganadora del I Certamen de Relatos TRILCE Isla Literaria
María Rosa Cristóbal Sánchez
Con el relato titulado: Cuerda, viento y percusión.
Seudónimo utilizado: Perseus
Residente en Pinto Madrid
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 124

En segunda posición
Elena Gómez Martínez
Con el relato titulado: Un giro inesperado.
Seudónimo utilizado: Casiopea
Residente en Teruel
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 120

En tercera posición
Alberto Luis Collantes Núñez
Título del relato: El fusilamiento
Seudónimo utilizado: Federico
Residente en Madrid
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 119


En cuarta posición
Marc Barrio Villegas
Título del relato: Recuerdos de papel
Seudónimo utilizado: Ezequiel
Residente en Sant Fost de Campcentelles, Barcelona
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 117

En quinta posición
Raquel Bordóns Cortázar
Con el relato titulado: Ojos del desierto
Seudónimo utilizado: La bruxa de las letras           
Residente en Pinto, Madrid
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 116

En sexta posición                         
Esther Galán Recuero
Título del Relato: El estudio de arte
Seudónimo utilizado: Velvet E. V.
Lugar de residencia: Fuenlabrada, Madrid 
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 114


En séptima posición                                            
Juan Andrés Moya Montañez
Título del relato: Seis granos de Café
Seudónimo utilizado: John Andy
Residente en Melilla.
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 111

En octava posición 
Gianfranco Selgas                                     
Con el relato titulado: Un maestro en Barcelona
Seudónimo utilizado: Aldo Rosi
Lugar de residencia: Barcelona, Cataluña, España
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 109

En novena posición                                
Pedro Delgado Pérez
Con el relato titulado: La vida que cambió mi muerte
Seudónimo: Damián Martín
Residente en: El Puerto de Santa María, Cádiz
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 104


En décima posición
Ignacio Guerrero Fuentes
Con el relato titulado: La semilla
Seudónimo utilizado: Astaroth
Residente en: Rota Cadiz
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 101

En décimo primera posición y mención especial del jurado
José Manuel García González
Con el relato titulado: Caronte
Seudónimo utilizado: Orfeo                                                                        
Lugar de residencia: Alcorcón  (Madrid, España)
Puntos conseguidos en las votaciones del jurado 98

Coordinador del jurado:
Ángel Utrillas Novella Presidente de TRILCE Isla Literaria
Miembros de jurado:
Dolores Hernández Diaz: Miembro del club de lectura Girasol y directora de la biblioteca de Valdemoro.
Rafael García de las Peñas: Miembro del club de lectura Girasol, ingeniero de minas jubilado, en la actualidad imparte cursos en torno a la historia de Valdemoro.
Luis Renedo de la Peña: Escritor, miembro de TRILCE Isla Literaria
Juan Escudero Sanchez: Escritor, miembro de TRILCE Isla Literaria
Mamen Manzano: Escritora, miembro de TRILCE Isla Literaria
Los 10 relatos finalistas más el ganador se publicarán en breve en un libro recopilatorio titulado I Certamen de Relatos TRILCE Isla Literaria. Entre tanto os dejamos el inicio del relato ganador.

Cuerda, viento y percusión

Soy director de orquesta. Además de pianista, violonchelista y compositor.
                Cuando me siento al piano, noto como todo él me arrulla. Me siento en su regazo y él me acoge en su seno. Me da paz. Acaricio el teclado, tan suave… Siento como, una a una, sus teclas se entrelazan con mis dedos, y mi cuerpo se estremece. Lo toco. Vibran sus cuerdas. Resuena todo él. Su sonido penetra en mí y también mi cuerpo vibra. Me toca. Se me eriza el vello en brazos y piernas, mientras mis dedos, ágiles, expertos, recorren el teclado colmándolo de caricias en forma de acordes y melodías. Y yo también me dejo tocar, por la dulzura de Schubert, la pasión de Bach, la maestría de Chopin, la sensibilidad de Tchaikovski,… Del moderato al presto, del piano al fuerte, de la serenidad a la locura,.. dejándome llevar por la música hasta alcanzar el clímax. Nunca es igual. Cada ejecución es única. Pero siempre, siempre, siempre es una experiencia irresistiblemente placentera.
                Con el chelo es diferente. Yo lo domino a él. Su posición es sumisa.
                Lo coloco entre mis piernas. Lo acerco a mi pecho y lo inmovilizo junto a mí con mis manos y mis brazos. Esas curvas sugerentes…

martes, 19 de noviembre de 2013

El Castillo del Águila




Mi próxima novela (que se publicará a finales de marzo del 2014) se titula “El castillo del Águila”.
Dicho castillo puede verse en la fotografía, esta situado en Gaucin, municipio de la provincia de Málaga, situado en el Valle del Genal en plena Serrania de Ronda.
A parte de su indudable belleza, este paraje tiene como característica que en él murió Guzmán el Bueno.
La novela gira en torno a la vida de Guzmán el Bueno, sin embargo empieza en otro sitio, en otro lugar y empieza con un acontecimiento ligeramente cómico.
Pongo el inicio para aquellos que tengan curiosidad y podréis comprobar que tiene relación directa con una de mis novelas anteriores... El último secreto del Titanic.



PRÓLOGO: Ninjas y samuráis




Había llovido y la ciudad pugnaba por dormirse entre la humedad y el frío.
         Había llovido y la noche había sucedido a la lluvia, las calles cercanas al museo estaban desiertas, hacía algún tiempo ya que la actividad había cesado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y poco o nada parecía dispuesto a acontecer, al menos, hasta el nuevo amanecer.
         Y sin embargo, como las apariencias no son sinceras casi nunca, un vehículo se acercó por las calles prohibidas y oscuras hacia el edificio cuyo perfil simulaba el esqueleto de un dinosaurio y que albergaba la exposición temporal más visitada del año, Titanic the Exhibition.        
         Avanzaba despacio el citado vehículo y estacionó en la esquina más cercana a los tres pisos del museo permaneciendo oculto en la oscuridad y parapetándose con la protección del edificio anexo. Un minuto después de su detención, alguien en su interior apagó las luces pero mantuvo el contacto encendido. Entonces, dos siluetas negras e inquietantes se apearon saliendo con sigilo de la parte trasera, el conductor permaneció dentro y desde el vehículo vio a sus dos compañeros perderse en la negra noche, difuminados sus trajes de ceñido neopreno en la niebla nocturna. Si hubieran llevado a su espalda catanas en lugar de pequeñas mochilas hubieran pasado por guerreros ninjas, de este otro modo y, completado su disfraz con unos oscuros pasamontañas, evidenciaban su condición de delincuentes.
         Las sombras sigilosas superaron con agilidad el obstáculo de la verja, dentro ya del recinto del museo atravesaron una zona ajardinada y llegaron al baluarte del esqueleto del dinosaurio, allí, agazapados aguardaron treinta segundos exactos.
         - El equipo está en posición-, informó el que permanecía dentro del vehículo a través del radiotransmisor para después ordenar-, desactiven el sistema de seguridad.
         - Desactivado,- fue la escueta respuesta que escupió el aparato.
         En ese mismo momento una pequeña interferencia se percibió en los monitores de seguridad, apenas una ligera oscilación en la pantalla y la imagen que comenzaron a emitir las cámaras fue una secuencia previamente grabada de las salas y pasillos del museo vacío, en la que nada extraño se veía, pero que no era la realidad de lo que sucedía en ese instante preciso. El vigilante del centro de control del museo, que permanecía sentado frente a las cámaras, percibió la interferencia y supo a qué se debía la leve anomalía, el circuito cerrado de televisión había sido manipulado, saboteado, anulado, y también la totalidad de las alarmas del edificio que custodiaba, con toda probabilidad se iba a cometer un robo, sin embargo él no movió un músculo, no podía, no se atrevía ni a parpadear.
         Los dos guerreros ninjas intrusos, transcurrido el tiempo de seguridad previsto, extrajeron de sus mochilas el instrumental preciso para forzar la puerta de acceso. Les resultó demasiado sencillo introducirse en el recinto, aquella entrada no estaba correctamente clausurada.
         - ¡Qué extraño!, no estaba cerrada por completo- dijo sorprendido uno de ellos.
         - Mejor, así tenemos más tiempo y menos trabajo, ¡vamos!
         Cruzaron el vestíbulo a toda prisa, atravesaron como dos sombras fugaces varios pasillos procurando permanecer muy cerca del abrigo de las paredes y, en poco tiempo llegaron al lugar elegido de la exposición de objetos relacionados con el Titanic, por su forma de desenvolverse era evidente que conocían el lugar como la palma de su mano. Una vez en la sala abrieron de nuevo sus mochilas, diversas herramientas necesarias para abrir o romper una urna protectora fueron magistralmente preparadas y una potente linterna iluminó todo el habitáculo. Bajo el halo de esa luz se acercaron a la pieza previamente seleccionada y entonces, surgió la sorpresa.
         - ¡Esta vacía, el puñal no está aquí!, ¿estás seguro de que esta es la sala apropiada y la urna correcta?
         - ¡Claro que estoy seguro! He estudiado la misión a conciencia y he visitado este lugar docenas de veces, ¿no ves el molde? El puñal estaba ahí.
         - Entonces ¿qué demonios ocurre?
         - Que hemos fracasado, se nos han adelantado. De algún modo han conocido nuestro plan, nos han descubierto y han ocultado el puñal. ¡Vámonos, deprisa, salgamos de aquí, estamos en peligro!
         Salieron por el mismo camino y con la misma rapidez con la que habían entrado.
         - El equipo está de regreso- dijo el conductor del vehículo cuando vio que sus dos compañeros se acercaban, encendió las luces y aceleró ligeramente el motor del coche justo antes de añadir-, conectad de nuevo el sistema de seguridad.
         Otra pequeña oscilación, similar a la anterior, se produjo en las imágenes de las cámaras, la grabación fue cancelada y las imágenes reales volvieron a ser emitidas. El vigilante percibió otra vez el cambio y de nuevo continuó con su absoluta quietud. Empezaba a sudar profusamente, hacía ya tiempo que las cuerdas que sujetaban sus muñecas a la espalda y le mantenían aferrado a la silla, le arañaban la piel, laceraban sus músculos y mermaban la circulación sanguínea en sus manos. El pegamento de la mordaza que le impedía siquiera abrir la boca también dolía y, su olor profundo, desagradable, pestilente, le estaba mareando.
A su espalda, tres sombras oscuras que permanecían silentes y de pie, empezaron a moverse, su aspecto era muy parecido al de los dos ladrones ninjas que acababan de abandonar el museo a toda prisa, la diferencia era que sus ropas en lugar de ser de neopreno y por ello muy ceñidas, eran de tela y muy amplias, en vez de soldados ninjas parecían guerreros samuráis. Recogieron un equipo informático que había procesado y emitido sin sabotaje ni manipulación externa las imágenes reales del circuito cerrado de televisión del servicio de seguridad del museo, mediante aquel dispositivo informático habían seguido, en tiempo real, la evolución del atraco frustrado además de todos los movimientos de los dos presuntos delincuentes ahora huidos.
Hacía ya casi dos horas que aquellos otros tres intrusos habían sorprendido al único vigilante nocturno de la exposición Titanic The Exhibition, se habían apoderado de la sala de control de seguridad y habían robado un puñal de una de las urnas. El pobre trabajador que estaba de servicio aquella noche aciaga permanecía atado, amordazado y asustado, viendo perplejo y sin pestañear lo que acontecía y temiéndose lo peor en cuanto a su integridad física.
         Una mano enguantada y no obstante fría se posó en su hombro derecho, al mismo tiempo que sucedía el contacto, una voz que había escuchado en una sola ocasión hacía ya un par de horas, pronunció unas palabras.
         - Todo ha terminado. Nos marchamos. No temas, dentro de una hora llamaremos a la policía y les diremos que se ha producido un incidente en el museo y que acudan a liberarte. Dejaremos la puerta principal entreabierta para que no les resulte complicado acceder al edificio.- El hombrecillo, rechoncho dentro de su traje negro, se situó delante del vigilante para que pudiera ver un objeto que portaba. Era un aparatoso cuchillo con tres filos.
         - Nos llevamos este puñal, comunica a tus superiores que este acto no es un vulgar robo, este objeto es nuestro, nos pertenece y nos lo llevamos no para lucrarnos con él, sino para proceder a su correcta protección y custodia.
         Los tres samuráis salieron de la sala de control, una vez en el quicio de la puerta el que había hablado, que era el más grueso, también el de mayor edad y el que presentaba un aspecto más ridículo y estrafalario, se volvió y añadió:
         - Y feliz navidad, lamento profundamente haberle dado este disgusto en la noche de nochebuena pero créame, era absolutamente necesario, ya lo ha visto, esos dos individuos eran sin duda miembros de la Orden del Templo de Vulcano, si no hubiéramos llegado antes que ellos hubieran robado el cuchillo y ahora la joya estaría en poder del Gran Maestre de la secta, eso supondría una terrible tragedia, significaría el comienzo de los ritos de sangre, por el momento los hemos impedido.
         El vigilante no había entendido nada de lo que dijo el hombrecillo, sin embargo suspiró ligeramente aliviado cuando vio a través de las cámaras que los tres samuráis abandonaban el museo. Estaba vivo, no le habían causado daño alguno y si el provecto ladrón no le había mentido, en un par de horas sería liberado por la policía. Suspiró con fuerza y comenzó a pensar en qué diría a los agentes a su llegada y sobre todo qué excusa pondría a sus superiores. ¡Vaya forma de celebrar la nochebuena, dejándose robar, por dos veces, el mismo objeto!
- Ya tenemos el puñal Guillermo- dijo uno de los samuráis mientras empezaba a cambiarse de ropa en la parte trasera de la furgoneta- ahora dónde debemos llevarlo.
         - De eso me ocupo yo, vosotros ya habéis cumplido, es mejor que no sepáis más de este asunto, llevadme hasta donde está aparcado mi coche y desapareced.
         En las afueras de la ciudad de Valencia el ladrón de mayor edad se apeó del monovolumen, miró por encima de sus hombros a uno y otro lado alternativamente y se dirigió, llevando con mimo un paquete conteniendo el botín, a un pequeño vehículo que había alquilado esa misma mañana. Cuando sus compañeros de fechoría desaparecieron abrió un sobre que tenía en el bolsillo derecho del pantalón, extrajo un folio doblado del interior y leyó el contenido de un mensaje. En el papel arrugado solamente unas escuetas palabras configuraban las instrucciones: Un nombre, Mosén Ángel; debajo del nombre una dirección, Iglesia de la Merced de Teruel.
         Subió al vehículo y enfiló la N-234, dirección Teruel.
         - Iglesia de la Merced... Mosén Ángel- canturreó varias veces conduciendo a toda velocidad.
 

 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL LEGADO DE DIOS. CAPÍTULO 1



La noche cerrada se  extendía a lo largo del camposanto, o más bien era dentro de él donde se percibía esa sensación de oscuridad mucho más densa. No había hecho más que llegar y las pocas luces y resplandores que le habían acompañado durante el camino, se habían disipado completamente para formar a lo largo de su campo de visión un manto ennegrecido que arrastraba el ánimo de Luis a lo más profundo de la tierra.
Si de camino a aquel santuario el presagio de que algo en su vida iba a cambiar se le repetía una y otra vez, cuando franqueó los viejos portones de piedra desgastada y se internó en el cementerio, las malas vibraciones se tornaron en veraces pensamientos. Por ello, el joven periodista aminoró la marcha y comenzó a observar, de forma vigilante, todo lo que percibía a través de los sentidos. Se maldijo a sí mismo sin comprender aún los motivos que le habían hecho aceptar aquella extraña cita que dos días antes le había propuesto Abel.
Luis fue avanzando con cuidado, echando la vista hacia atrás cada vez que en la oscuridad escuchaba cualquier ruido extraño para él y que en el sepulcral silencio de la noche reverberaba espantosamente dentro de sus oídos. Junto a aquellas voces desconocidas que aumentaban alrededor de él, aparecieron los sonidos reales que sus pisadas producían en cada paso que daba. La hojarasca seca que descansaba en el suelo aumentaba los chasquidos según andaba sobre ella. Todo en su entorno estaba envuelto en una niebla de terror; más que la cita con un viejo amigo, parecía el largo descenso hacia el infierno para ser juzgado en el tribunal de la muerte.
Luis meneó la cabeza compulsivamente para desempolvar aquellos tensos pensamientos e hizo un último esfuerzo para centrarse en lo que realmente le importaba, por qué había ido allí.
Hacía unos cinco años que no sabía nada de su amigo Abel. Se conocieron nada más acabar la carrera de Ciencias de la Información. Odiaba profundamente aquella palabra, se consideraba un verdadero periodista; mucho más que eso, como se diría en el argot profesional, un auténtico ratón de campo. No le importaba hacer miles de kilómetros detrás de la noticia; si no dormía ni comía, le era totalmente indiferente. Todo eso era secundario, lo primordial era llegar a tiempo, el primero en darse de bruces con el foco de la noticia. La primera fotografía, la primera entrevista, eso era lo que realmente buscaba, lo demás simplemente lo desechaba de su mente y cualquier necesidad física o anímica pasaba a un plano menos influyente.
Por eso esa imprevista llamada telefónica de su compañero de final de proyecto le hizo dar un brinco del antiguo sofá que aún mantenía en el piso de alquiler en el que vivía modestamente, muy cerca del centro de Santiago.
Se había desplazado hasta allí después de pasar unas vacaciones al acabar el instituto, en un pueblo de la provincia de A Coruña, A Pobra do Caramiñal. Fue entonces cuando visitó la majestuosa ciudad de Santiago de Compostela. Quedó tan enamorado del halo místico que desprendían sus calles y construcciones, que decidió matricularse en la Universidad capitalina para comenzar al la carrera de Periodismo. Cinco maravillosos años en los que aprendió a amar aquellas tierras y a sus gentes.
Al cursar el ultimo año le aceptaron para realizar las prácticas de fin de proyecto en La Voz de Galicia. El chico era bastante bueno, muy disciplinado y persistente, en seguida encandiló a la redactora jefe, y cuando finalizó la carrera le hicieron un contrato a tiempo completo. No era mucho dinero, pero al fin y al cabo era trabajo, por tanto se dedicó en cuerpo y alma a ser un verdadero profesional.
Luis dejó a un lado los pensamientos nostálgicos y se fue acercando poco a poco, deshizo los fantasmas que surcaban por su cabeza e hizo acopio del coraje del que siempre había hecho gala. Iluminó decididamente el horizonte: lo primero que fotografiaron sus pupilas fueron dos lápidas redondeadas con los bordes desgastados, con un grabado en el mármol donde se leían los nombres de las personas cuyos restos descansaban bajo sus losas. Se fijó con atención y prosiguió el camino hacia la profundidad del cementerio.
El terreno del santo lugar era inmenso. Se dividía en tres zonas: un extenso mortuorio donde las lápidas corrían en filas y columnas, la zona administrativa y, por último y al final del área, los nichos y el mausoleo, donde las clases altas enterraban a sus familiares y a los que se podía acceder desde una escalera principal. Ésta perdía los últimos escalones al inicio del pasillo que hacía de separación entre los pequeños mausoleos.
Recorridos los casi mil metros que separaban la entrada principal de la zona donde se ubicaban los nichos, sus pasos se fueron ralentizando. El vaho que desprendía su boca cuando respiraba se mezclaba con la niebla que definitivamente se había instalado en el interior de la necrópolis. Al llegar al final del área peatonal y que delimitaba las dos zonas, se quedó parado, con el cuerpo encogido para resguardarse del frío e iluminando lo que había frente a él.
Apagó la linterna y aguardó en silencio.
Breves segundos después, tres fogonazos realizados con otra linterna le avisaron de la presencia de su amigo a unos doscientos metros a su izquierda. Aunque era la señal convenida, no pudo evitar que un intenso escalofrío recorriera todo su cuerpo.
—Quién me manda hacerte caso —se quejó con amargura castañeteando los dientes.
Al instante volvió a encender el aparato y retomó sus pasos en dirección a los haces luminosos que unos segundos antes le habían alertado de la presencia de Abel.
Donde antes habían aparecido, tan sólo quedaba el manto oscuro de una  noche invernal, junto al destello en el horizonte, de unas luces estrelladas, producto del resplandor que había deslumbrado sus pupilas.
El camino lo anduvo muy despacio, pero no solo sus pies lo hacían con una lentitud pasmosa, también los pensamientos parecían haberse helado en el interior de la cabeza. Ni siquiera podía ponerlos en orden, todos sus sentidos se centraban en los sonidos externos que le acompañaban en aquella noche.
Llegó al punto fijado, en el ala Este del cementerio de Boisaca, en la confluencia del pasillo A con el B. Allí donde comenzaban a aparecer los nichos y pequeños mausoleos de la gente más pudiente de la sociedad compostelana. Años atrás el cementerio saltó a la palestra por un acontecimiento que conmovió a los habitantes de la ciudad gallega. La parcela 7.621, donde se encuentra la tumba del cadáver sin nombre,  la de un varón que fue arrollado por un convoy en las vías del tren. Durante décadas se especuló sobre el origen de aquel hombre de mediana edad, nadie supo con seguridad lo que hacía allí. El extraño atuendo que llevaba, sus enseres personales, todo lo que le rodeaba se cubrió de un misterio que fomentó las más diversas teorías acerca de su procedencia.
¿Un viajero del tiempo? ¿Un extraterrestre? Fueron preguntas que varios equipos de investigación de todo el país expusieron en los medios de comunicación. Años después el misterio se deshizo como un castillo de naipes: hacía poco tiempo y, tras unos análisis genéticos, se descubrió la identidad de esta persona. Se le puso nombre y apellidos y sus familiares pudieron por fin descubrir su paradero, pues veinte años atrás había desaparecido en extrañas circunstancias.
Rememorando aquella historia de la tumba sin nombre y de la que Luis también había sido partícipe, redactando varias columnas en La Voz de Galicia, pudo desconectarse de su entorno unos minutos. Aquel relato le marcó; de hecho, fue su primer escrito en el periódico, donde recogió la alternativa para pasar a ser un periodista de investigación en toda su extensión.
Una mueca de nostalgia recorrió su semblante, a continuación la comisura de sus labios mudaron a una expresión tensa.
El viento, que había aumentado hacía unas horas, atizó la nuca de Luis, subió los hombros un poco más y se tapó con la solapa del grueso chaquetón que llevaba.
Un siseo le sacó del estado de congelación en el que había entrado, creía haberlo identificado aunque no estaba seguro de si el rugido del aire le estaba jugando una grotesca broma. Miró hacia donde creyó escuchar el sonido y la oscuridad reinante dominó su visión.
 —¡Luis, estoy aquí!
Las palabras fueron claras, silenciosas pero aterradoramente inconfundibles.
Volvió a fijar la vista en el horizonte intentando distinguir la figura de su amigo.
—¿Es que no me ves, hombre?
De donde se mezclaba el fin del mundo con la negra espesura, surgió de sus entrañas el rostro orondo de un hombre bajito que con nerviosos aspavientos de las manos le indicaba alterado que se acercara deprisa.
—¿Eres tú, Abel?
—No, soy un anuncio, Luis. ¿Eres idiota o qué?
Abel Siyero, fotógrafo adjunto de TV Cable 60, cadena de televisión local. Que compaginaba el trabajo en la cadena con un negocio de revelado y venta de productos audiovisuales en un minúsculo local del centro de Santiago. Un negocio que no le daba ni para pagar el alquiler. Lo abrió dos años antes con la ilusión de tener algo donde poder cimentar su futuro, los trabajos de fotografía en la cadena eran esporádicos y, más que unos ingresos estables, lo que le reportaban eran unos escuetos pluses que en numerosas ocasiones le abonaban con varios meses de retraso.
A pesar de sus esfuerzos por hacerse un hueco en el difícil mundo de la fotografía periodística, no había conseguido más que aquel puesto de tercera en el que ni siquiera era mirado con buenos ojos. Por ello se decidió a abrir aquel pequeño negocio particular; dos años después las deudas se le acumulaban y tarde o temprano aquella ilusión se convertiría en un estrepitoso fracaso.
Luis llevaba mucho tiempo sin tener noticias de él, había perdido el contacto años antes. Algunas veces pensaba que debería de llamarle algún día, pero pasaban uno detrás de otro y sus intenciones caían en el olvido. Una semana antes había recibido aquella extraña llamada de Abel, citándole aquella noche en ese misterioso lugar. Al principio pensó que había perdido definitivamente la cabeza, pero, meditándolo con serenidad, decidió que ya era hora de volver a verle; sin contar, además, la preocupación que le había producido escuchar la voz temblorosa de su antiguo compañero. Le entró el gusanillo y sintió la necesidad de averiguar en qué estaba metido; si lo que necesitaba era ayuda, sin duda alguna él se la prestaría.
Luis se acercó hacia él, que le esperaba inmóvil a unos metros de distancia.
—Buenas noches, Abel, cuánto tiempo.
—No es momento de formalismos; vamos, debemos de entrar antes de que amanezca.
—¿Entrar dónde?
—Allí —se giró con brusquedad para señalar una escalinata que precedía a la entrada de un mausoleo.
—Espera un momento —espetó con calma—, ¿me estás pidiendo que profanemos un lugar sagrado y que te siga sin rechistar? ¿Así, sin más? Creo que antes me debes una explicación.
—No hay tiempo para eso, después te lo explicaré.
—Sí lo hay, Abel, y yo no voy a mover un solo músculo hasta que no me digas algo convincente.
—Escúchame, Luis —se acercó a él decididamente y cogiéndole los hombros con las dos manos, le dijo directamente a los ojos—: Confía en mí, aunque tan sólo sea por la fuerte amistad que forjamos en la facultad.
Luis sintió el roce de sus dedos y cómo se le clavaban en los hombros; eso, unido a su mirada con el rostro desencajado y unos ojos que denotaban la tremenda fatiga que albergaba, fue algo a lo que Luís no pudo resistirse  y al cabo de unos segundos se dio por vencido.
—Está bien, amigo —le dijo conmovido por el sufrimiento que reflejaba su expresión.
—Entonces, adelante, queda poco tiempo.
El mausoleo era una cripta subterránea donde se había construido un camino tallado con escaleras en la roca y cuyo acceso se convertía en un camino agobiante, que, aunque corto, se intentaba salvar con rapidez.
Bajaron por la estrecha escalinata uno detrás del otro, iluminándose con las linternas. Luis se mantenía a la espalda de su amigo, conmovido y expectante por el estado en que se encontraba Abel. Cuando sortearon el último escalón, el fotógrafo le indicó que le siguiera por un pequeño pasillo; nada más doblarlo, entraron en una cámara redonda en la que se observaba una decena de nichos empotrados en la pared, con el relieve desgastado y enmohecidos.
—Ven, acércate —dijo suavemente.
En la cripta, la humedad era elevada, y la ausencia de oxígeno, palpable. Luis siguió sin rechistar las órdenes de su amigo y se colocó frente a él, rodeando ambos una mesa triangular donde yacían extendidos una montonera de planos y lo que parecían ser varios pergaminos cuarteados.
Abel se reclinó sobre la mesa y comenzó a buscar apresuradamente entre los papeles que había por encima, cogió algo debajo de una pila de ellos y los alineó delante de Luis.
—A esto me refiero.
Eran dos fotografías. Luis las identificó inmediatamente: retrataban una parte de la fachada de la Catedral.
—¿Sí? Miró de soslayo a su amigo.
—Evidente, ¿verdad? —dijo Abel.
Luis le miraba desconfiado, sabía que algo se le escapaba y que su colega le estaba poniendo a prueba. Mientras, Abel le observaba desilusionado.
—No lo ves —afirmó apuntando hacia él.
—Lo único que veo son dos fotografías turísticas y un montón de papelajos sin sentido.
Abel no prestó atención a sus palabras y acercó con precisión la linterna, iluminando los dos retratos.
—Hagámoslo —apuntó molesto—como se hace con los niños. ¿Qué diferencias existen entre una y otra? Aparentemente son iguales, pero te aseguro que las hay.
Las fotografías eran dos retratos idénticos de una de las partes de la fachada trasera de la Catedral. A simple vista parecían iguales, pero después de unos minutos observándolas se decidió a hablar.
—Quizás la luz del enfoque varíe de una a otra.
—Están tomadas desde el mismo lugar, a la misma hora y con el mismo ángulo, tan sólo difieren en que están realizadas en días distintos.                                    
—Seguramente en la primera las nubes oscurecían la cámara más que al día siguiente, y esa es la diferencia de luz que aprecias.
Abel dejó que su amigo se dedicara detenidamente a observarlas.
Y eso fue lo que hizo Luis. Comenzó a enfocar con la linterna alrededor de las fotos: haciendo redondeles y formas variadas con el reflejo, recogía una, la acercaba; después alejaba la otra, y así sucesivamente durante un buen rato, en silencio y completamente concentrado en cada detalle. Pasado el tiempo apagó la luz y miró al fotógrafo.
—Cuesta darse cuenta, pero estoy seguro de que una es una burda imitación o quizás las dos, quién sabe.
Abel le retaba en silencio.
—No tengo dudas, colega, lo que sí me las crean son los motivos por los que me has traído aquí. Si tan sólo me querías enseñar unas fotografías lo podías haber hecho en el calor de un buen restaurante.
—¿Y si te dijera que no son ninguna copia, qué  las dos son originales realizadas con la misma cámara?
—Que no te creería, la garra de la derecha no apoya en el filo y en la siguiente los dedos sobresalen de la piedra. Es evidente, amigo.
Abel frunció el ceño, adoptando un rostro serio.
—Al principio creí que era un fallo de la cámara o incluso del revelado, después me dediqué a realizar durante semanas miles de fotografías, en el mismo lugar y a la misma hora, y…
—¿Y la conclusión cuál es? —A Luis le comenzaba a incomodar la situación.
—La conclusión, impertinente amigo, es que esa figura ha sido movida varias veces durante los últimos seis meses, y sí, tengo una teoría que aunque parece una locura, es tan real como lo somos tú y yo.
—Soy todo oídos.
Abel continuó hablando, pero esta vez atropelladamente y tartamudeando en ocasiones.
—Yo tampoco lo creí al principio hasta que mis propios ojos no fueron testigos del mayor descubrimiento que la humanidad haya conocido. Estamos ante un acontecimiento de una magnitud que hará saltar por los aires los cimientos de las religiones. La humanidad está a punto de conocer lo más asombroso jamás descubierto, algo que dejará a la altura del betún a la Ufología, Parapsicología y demás ciencias esotéricas. Y sí, compañero, te he traído hasta aquí para que tú también seas testigo de este extraordinario hallazgo.
—Este es su centro de operaciones y esta ciudad su base —esta última declaración terminó de agotar la paciencia de Luis, que hasta ese momento se había mantenido al margen totalmente desbordado por lo que estaba escuchando.
—Creo que ya he escuchado bastante. Mira, Abel, pensé que sería buena idea que nos viéramos, tomar unas cervezas y contarnos cómo nos va la vida. El lugar es un tanto extraño, pero, que diablos, merecía la pena volvernos a ver.
Luis tragó saliva de nuevo.
—Después de oír esta sarta de estupideces, lo único que se me ocurre decir es que necesitas ayuda, y cuanto antes la pidas, mejor para ti.
—¡Escúchame, Luis!
—No, escúchame tú a mí —el grito ahogó las quejas de su amigo—, durante todo este tiempo…
No pudo continuar: un chillido mitad humano mitad animal hizo que se dieran la vuelta bruscamente con la piel de gallina y mirando fijamente al pasillo que daba acceso al mausoleo.
—¿Has oído eso? —dijo Abel con la voz temblorosa.
—¿Qué diablos está pasando aquí? ¿No será parte del juego macabro qué has ideado?
—Yo no he inventado nada, Luis, fue el hombre quien lo hizo hace milenios y ahora es víctima de sus creaciones.
Los pasos eran como pisadas arrastrándose por encima de la piedra del suelo y producían un ruido ensordecedor, inaguantable para el oído humano. El hedor nauseabundo que había comenzado a brotar se les introducía hasta sus gargantas en un pestilente baile hacia sus intestinos. Taponándose boca, nariz y orejas con las manos, se acurrucaron detrás de la mesa, sin apartar la mirada del hueco de la puerta de la entrada. Todos los sentidos se dirigían a él y de ese agujero negro surgía, como un macabro ser de ultratumba, la causa de todos sus terrores.
Siguió avanzando, poco a poco se fue acercando, rasgando impetuosamente el silencio. Los dos hombres podían distinguir la respiración profunda transportada de otro mundo. Lo que se les acercaba rugía de ira, un grito inhumano, un chillido aterrador.
Se apretaron con más fuerza los oídos y entornaron los ojos, dejando tan sólo una fina visión que se filtraba entre las pestañas.
—A eso me refería.
A continuación la oscuridad y la calma volvieron a reinar en la estancia.........