Deberían darme dos medallas. Una por
gilipollas y otra por si acaso se me pierde. Parece mentira, que con mi edad
aún me deje engañar con falsas promesas. Eran poco más de las siete de la
mañana. Después del café, encendí mi primer cigarrillo como cada día, mientras
iba camino de mi trabajo. Un cartel en un coche llamó mi atención aunque pasé
de largo. Al llegar a la esquina, antes de dejar esa calle, me pregunté: ¿y si fuera cierto? Así que volví
sobre mis pasos y apunté el teléfono. A media mañana, marqué el numero en
cuestión y al otro lado me atendió una voz bastante sugerente. —Hola, buenos
días, centro………..le atiende la señorita……—Buenos días. —Contesté yo. —Verá. —Comencé diciendo.
—He visto su publicidad en la ventanilla trasera de un coche aparcado y
garantizan el tratamiento en un 98% lo que ha llamado mi atención ya que eso es
mucho garantizar y tratándose de lo que se trata, pues quizá me pudiera
interesar. —A ver, le comento. —Me respondió ella. —Este tratamiento, es
bastante efectivo. De las personas que yo conozco que lo han probado, en todos
los casos ha resultado positivo. No obstante si quiere, puedo pasarle con la
persona que le impartiría dicho tratamiento, ya que seguramente pueda
informarle con más precisión. —Se lo agradecería señorita. —Una voz masculina,
bastante grave sonó al otro lado del teléfono. —Buenos días. Me comenta mi
secretaria que quería información sobre esta técnica que estamos
impartiendo.—Después de casi media hora tratando de convencerme de los efectos
beneficiosos de este nuevo tratamiento, me emplaza para una cita informal antes
de tomar ninguna decisión. Quedamos una mañana y entre cañas de cerveza, me
convence para que iniciemos la primera y única sesión de la que consta este
tratamiento. Me dice que me dará las
herramientas necesarias para acabar con mi problema. El martes, a la hora
convenida estoy puntualmente en la puerta de la consulta. No sé qué
herramientas me dará, pero por si acaso me he llevado el coche ya que con el
calor que hace cualquiera carga con algo. Nada más entrar, me pasa a una
habitación donde hay un monitor de video, un par de sillas plegables de esas
que se utilizan en los cines de verano y un diván de los del “Ikea”. Me pone un
video que ya he visto cientos de veces en internet y me obliga a verlo en esas
incomodas sillas. A los diez minutos, apenas puedo aguantarlas. A continuación
me acomoda en un sillón y después de poner una música relajante, me dice que
cierre los ojos y comienza a hablarme. —Te pesan los párpados. Cada segundo que
pasa hace que te relajes y se acentúa la sensación de sueño. Tu cuerpo es, más
y más pesado. Piensa en la primera vez que encendiste un cigarrillo. —Vamos a
ver. Como voy a acordarme del primer cigarrillo si hace más de treinta años que
fumo. —Ahora, estas subiendo unas escaleras y te detienes en el rellano.
Contaremos del diez al uno, muy lentamente. Junta tu dedo pulgar, con el índice
y el corazón. Apriétalos fuertemente. Cada vez que tengas ganas de encender un
cigarrillo deberás apretar estos dedos, mientras piensas, que no te apetece
fumar. Cuando veas cualquier cosa que tenga el color rojo, convéncete de que
eres un no fumador y tus ganas de encender un cigarrillo desaparecerán. Te
encuentras muy relajado. Cada vez tienes más sueño y tu cuerpo está sintiendo
un estado de relax profundo. Después de cuarenta y cinco minutos de estar repitiéndome
que estaba relajado, por fin, comenzó a hacer una regresión, de no sé donde,
pues no me había movido de allí en ningún momento. —Ahora, contaremos del cinco
al uno y te despertaras. ¿Despertarme? ¡Pero si no me he dormido ni un solo
segundo! Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Abrí los ojos y lo primero que escuché
fue; Ya eres un no fumador. — ¡Qué bien!—pensé. Después de tantos años
dependiendo del cigarrillo, una sola sesión de hipnosis había acabado por
completo con mi adicción. Una vez pagada la factura de “tan solo 120 Euros”, Salí a la calle y lo primero que me vino a la
mente fue encender un cigarro. Así que decidí utilizar las “herramientas” que
según el “terapeuta” habían quedado en mi cerebro grabadas. Apreté los dedos
tal y como me había enseñado y comencé a buscar cosas de color rojo mientras me
repetía una y otra vez que ya no era un fumador. Encontrar cosas de ese color
no fue difícil. Un coche, la ropa de la gente, un cartel, pero mi ansiedad no
cesaba. Al final, después de apenas un par de horas, no pude aguantar más y
comencé de nuevo a fumar. Me sentía ridículo y cabreado casi a partes iguales.
Haber pagado para al final tener que utilizar la fuerza de voluntad, hacía que
me sintiera patético. Estaba claro que a parte del dolor de dedos que tuve
durante más de una semana, llegué a obsesionarme con el color rojo y lo peor de
todo era que me habían robado con mi consentimiento. Además el nombre del tipo
se las traía. (Oliverio Satisfecho).Después de cobrar ese dineral no me extraña
que se quede satisfecho. Ahora han sacado esos cigarrillos electrónicos
cargados de nicotina que prometen ser el remedio al tabaquismo. Pedro, un buen
amigo mío, se lo ha comprado y cada dos cigarros se pone en la boca el
electrónico, aunque sigue fumando lo mismo. Creo que cuesta unos cuarenta euros,
que visto lo visto no estoy dispuesto a pagar. Al final la conclusión que saco
de todo esto, es que lo único que hace desaparecer el hábito del tabaco es la
fuerza de voluntad. Sin duda, sigo convencido de que merezco esas dos medallas.
Luis
Renedo de la Peña
Tienes que sentirte satisfecho, Luis, al menos te ha servido para hacer un buen relato y hacernos pasar un buen rato. Aunque ya lo conocía me he vuelto a reir. Un abrazo.
ResponderEliminarvaya apaños amigo, una y no mas para tí supongo.
ResponderEliminarMamen Manzano.