Mi próxima novela (que se publicará a finales de marzo del 2014) se
titula “El castillo del Águila”.
Dicho castillo puede verse en la fotografía, esta situado en Gaucin,
municipio de la provincia de Málaga, situado en el Valle del Genal en plena
Serrania de Ronda.
A parte de su indudable belleza, este paraje tiene como característica
que en él murió Guzmán el Bueno.
La novela gira en torno a la vida de Guzmán el Bueno, sin embargo empieza
en otro sitio, en otro lugar y empieza con un acontecimiento ligeramente
cómico.
Pongo el inicio para aquellos que tengan curiosidad y podréis comprobar
que tiene relación directa con una de mis novelas anteriores... El último
secreto del Titanic.
PRÓLOGO: Ninjas y samuráis
Había llovido y la ciudad pugnaba por dormirse entre
la humedad y el frío.
Había
llovido y la noche había sucedido a la lluvia, las calles cercanas al museo
estaban desiertas, hacía algún tiempo ya que la actividad había cesado en la Ciudad de las Artes y las
Ciencias y poco o nada parecía dispuesto a acontecer, al menos, hasta el nuevo
amanecer.
Y sin
embargo, como las apariencias no son sinceras casi nunca, un vehículo se acercó
por las calles prohibidas y oscuras hacia el edificio cuyo perfil simulaba el
esqueleto de un dinosaurio y que albergaba la exposición temporal más visitada
del año, Titanic the Exhibition.
Avanzaba
despacio el citado vehículo y estacionó en la esquina más cercana a los tres
pisos del museo permaneciendo oculto en la oscuridad y parapetándose con la
protección del edificio anexo. Un minuto después de su detención, alguien en su
interior apagó las luces pero mantuvo el contacto encendido. Entonces, dos
siluetas negras e inquietantes se apearon saliendo con sigilo de la parte
trasera, el conductor permaneció dentro y desde el vehículo vio a sus dos
compañeros perderse en la negra noche, difuminados sus trajes de ceñido
neopreno en la niebla nocturna. Si hubieran llevado a su espalda catanas en
lugar de pequeñas mochilas hubieran pasado por guerreros ninjas, de este otro
modo y, completado su disfraz con unos oscuros pasamontañas, evidenciaban su
condición de delincuentes.
Las
sombras sigilosas superaron con agilidad el obstáculo de la verja, dentro ya
del recinto del museo atravesaron una zona ajardinada y llegaron al baluarte
del esqueleto del dinosaurio, allí, agazapados aguardaron treinta segundos
exactos.
- El
equipo está en posición-, informó el que permanecía dentro del vehículo a
través del radiotransmisor para después ordenar-, desactiven el sistema de
seguridad.
-
Desactivado,- fue la escueta respuesta que escupió el aparato.
En ese
mismo momento una pequeña interferencia se percibió en los monitores de
seguridad, apenas una ligera oscilación en la pantalla y la imagen que
comenzaron a emitir las cámaras fue una secuencia previamente grabada de las
salas y pasillos del museo vacío, en la que nada extraño se veía, pero que no
era la realidad de lo que sucedía en ese instante preciso. El vigilante del
centro de control del museo, que permanecía sentado frente a las cámaras,
percibió la interferencia y supo a qué se debía la leve anomalía, el circuito
cerrado de televisión había sido manipulado, saboteado, anulado, y también la
totalidad de las alarmas del edificio que custodiaba, con toda probabilidad se
iba a cometer un robo, sin embargo él no movió un músculo, no podía, no se
atrevía ni a parpadear.
Los
dos guerreros ninjas intrusos, transcurrido el tiempo de seguridad previsto,
extrajeron de sus mochilas el instrumental preciso para forzar la puerta de
acceso. Les resultó demasiado sencillo introducirse en el recinto, aquella
entrada no estaba correctamente clausurada.
- ¡Qué
extraño!, no estaba cerrada por completo- dijo sorprendido uno de ellos.
-
Mejor, así tenemos más tiempo y menos trabajo, ¡vamos!
Cruzaron
el vestíbulo a toda prisa, atravesaron como dos sombras fugaces varios pasillos
procurando permanecer muy cerca del abrigo de las paredes y, en poco tiempo
llegaron al lugar elegido de la exposición de objetos relacionados con el Titanic,
por su forma de desenvolverse era evidente que conocían el lugar como la palma
de su mano. Una vez en la sala abrieron de nuevo sus mochilas, diversas
herramientas necesarias para abrir o romper una urna protectora fueron
magistralmente preparadas y una potente linterna iluminó todo el habitáculo.
Bajo el halo de esa luz se acercaron a la pieza previamente seleccionada y
entonces, surgió la sorpresa.
-
¡Esta vacía, el puñal no está aquí!, ¿estás seguro de que esta es la sala
apropiada y la urna correcta?
-
¡Claro que estoy seguro! He estudiado la misión a conciencia y he visitado este
lugar docenas de veces, ¿no ves el molde? El puñal estaba ahí.
-
Entonces ¿qué demonios ocurre?
- Que
hemos fracasado, se nos han adelantado. De algún modo han conocido nuestro
plan, nos han descubierto y han ocultado el puñal. ¡Vámonos, deprisa, salgamos
de aquí, estamos en peligro!
Salieron
por el mismo camino y con la misma rapidez con la que habían entrado.
- El
equipo está de regreso- dijo el conductor del vehículo cuando vio que sus dos
compañeros se acercaban, encendió las luces y aceleró ligeramente el motor del
coche justo antes de añadir-, conectad de nuevo el sistema de seguridad.
Otra
pequeña oscilación, similar a la anterior, se produjo en las imágenes de las
cámaras, la grabación fue cancelada y las imágenes reales volvieron a ser
emitidas. El vigilante percibió otra vez el cambio y de nuevo continuó con su
absoluta quietud. Empezaba a sudar profusamente, hacía ya tiempo que las
cuerdas que sujetaban sus muñecas a la espalda y le mantenían aferrado a la
silla, le arañaban la piel, laceraban sus músculos y mermaban la circulación
sanguínea en sus manos. El pegamento de la mordaza que le impedía siquiera
abrir la boca también dolía y, su olor profundo, desagradable, pestilente, le
estaba mareando.
A su espalda, tres sombras oscuras que
permanecían silentes y de pie, empezaron a moverse, su aspecto era muy parecido
al de los dos ladrones ninjas que acababan de abandonar el museo a toda prisa,
la diferencia era que sus ropas en lugar de ser de neopreno y por ello muy
ceñidas, eran de tela y muy amplias, en vez de soldados ninjas parecían
guerreros samuráis. Recogieron un equipo informático que había procesado y
emitido sin sabotaje ni manipulación externa las imágenes reales del circuito
cerrado de televisión del servicio de seguridad del museo, mediante aquel
dispositivo informático habían seguido, en tiempo real, la evolución del atraco
frustrado además de todos los movimientos de los dos presuntos delincuentes
ahora huidos.
Hacía ya casi dos horas que aquellos
otros tres intrusos habían sorprendido al único vigilante nocturno de la
exposición Titanic The Exhibition, se habían apoderado de la sala de control de
seguridad y habían robado un puñal de una de las urnas. El pobre trabajador que
estaba de servicio aquella noche aciaga permanecía atado, amordazado y
asustado, viendo perplejo y sin pestañear lo que acontecía y temiéndose lo peor
en cuanto a su integridad física.
Una
mano enguantada y no obstante fría se posó en su hombro derecho, al mismo
tiempo que sucedía el contacto, una voz que había escuchado en una sola ocasión
hacía ya un par de horas, pronunció unas palabras.
- Todo
ha terminado. Nos marchamos. No temas, dentro de una hora llamaremos a la policía
y les diremos que se ha producido un incidente en el museo y que acudan a
liberarte. Dejaremos la puerta principal entreabierta para que no les resulte
complicado acceder al edificio.- El hombrecillo, rechoncho dentro de su traje
negro, se situó delante del vigilante para que pudiera ver un objeto que
portaba. Era un aparatoso cuchillo con tres filos.
- Nos
llevamos este puñal, comunica a tus superiores que este acto no es un vulgar
robo, este objeto es nuestro, nos pertenece y nos lo llevamos no para lucrarnos
con él, sino para proceder a su correcta protección y custodia.
Los
tres samuráis salieron de la sala de control, una vez en el quicio de la puerta
el que había hablado, que era el más grueso, también el de mayor edad y el que
presentaba un aspecto más ridículo y estrafalario, se volvió y añadió:
- Y
feliz navidad, lamento profundamente haberle dado este disgusto en la noche de
nochebuena pero créame, era absolutamente necesario, ya lo ha visto, esos dos
individuos eran sin duda miembros de la Orden del Templo de Vulcano, si no hubiéramos
llegado antes que ellos hubieran robado el cuchillo y ahora la joya estaría en
poder del Gran Maestre de la secta, eso supondría una terrible tragedia,
significaría el comienzo de los ritos de sangre, por el momento los hemos
impedido.
El
vigilante no había entendido nada de lo que dijo el hombrecillo, sin embargo
suspiró ligeramente aliviado cuando vio a través de las cámaras que los tres
samuráis abandonaban el museo. Estaba vivo, no le habían causado daño alguno y
si el provecto ladrón no le había mentido, en un par de horas sería liberado
por la policía. Suspiró con fuerza y comenzó a pensar en qué diría a los
agentes a su llegada y sobre todo qué excusa pondría a sus superiores. ¡Vaya
forma de celebrar la nochebuena, dejándose robar, por dos veces, el mismo
objeto!
- Ya tenemos el puñal Guillermo- dijo
uno de los samuráis mientras empezaba a cambiarse de ropa en la parte trasera
de la furgoneta- ahora dónde debemos llevarlo.
- De
eso me ocupo yo, vosotros ya habéis cumplido, es mejor que no sepáis más de
este asunto, llevadme hasta donde está aparcado mi coche y desapareced.
En las
afueras de la ciudad de Valencia el ladrón de mayor edad se apeó del
monovolumen, miró por encima de sus hombros a uno y otro lado alternativamente
y se dirigió, llevando con mimo un paquete conteniendo el botín, a un pequeño
vehículo que había alquilado esa misma mañana. Cuando sus compañeros de
fechoría desaparecieron abrió un sobre que tenía en el bolsillo derecho del
pantalón, extrajo un folio doblado del interior y leyó el contenido de un
mensaje. En el papel arrugado solamente unas escuetas palabras configuraban las
instrucciones: Un nombre, Mosén Ángel; debajo del nombre una dirección, Iglesia
de la Merced
de Teruel.
Subió
al vehículo y enfiló la N-234,
dirección Teruel.
-
Iglesia de la
Merced... Mosén Ángel- canturreó varias veces conduciendo a
toda velocidad.
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