Edurne se miró una última vez
en el espejo antes de salir de casa. Lorenzo estaba esperándola en el rellano
de la escalera con la puerta del ascensor abierta. Bajaron juntos hasta la
calle, y con un beso se despidieron hasta la tarde donde regresarían a casa
después del trabajo. El se dirigió al garaje para coger el automóvil que le
llevaría hasta la oficina de seguros donde pasaría su jornada laboral. Ella
prefería el metro. Total, la universidad donde trabajaba como profesora de
idiomas, solamente estaba a cinco estaciones. En la boca de metro alguien
ofrecía papeletas con propaganda, que Edurne cogió por inercia más que por
interés. Cuando estuvo sentada, a falta de un libro reparó en la publicidad
impresa en ese trozo de papel. <<Chamán africano Yampa>>
Solucionamos cualquier problema de mal de ojo. Curamos depresiones, impotencias
y un montón de cosas más, que Edurne no quiso seguir leyendo ya que lo que
atrajo su atención fue precisamente esa palabra. <<Impotencia>>.
Lorenzo hacía casi un año que padecía una disfunción eréctil transitoria debida
al stress que no duraría demasiado, según el sexólogo, pero el problema se
estaba alargando y su matrimonio comenzaba a resquebrajarse. Edurne no creía
demasiado en esas cosas, pero sin saber muy bien por qué, decidió que iría a
ver al chamán aunque solamente fuera por curiosidad. Al fin y al cabo no iba a
perder nada y era el día perfecto para acercarse ya que al ser viernes
solamente trabajaba media jornada. Después de la visita regresó a su casa con
un frasco lleno de un aceite que le había costado cien euros y que debía de
poner sobre la piel de su marido mientras masajeaba su cuerpo. Destapó el
frasco y se lo puso en la nariz. Eso olía a aceite de coche… por lo menos, pero
el chamán garantizaba al 100% su efectividad, así que esperó a que Lorenzo
regresara. Este, por su parte en un intento de solucionar su problema había
conseguido unas pastillas de “viagra “y aunque sabía de los efectos secundarios
que conllevaba el medicamento estaba decidido a probar ese método. No le diría
nada a Edurne por si acaso no funcionaba el invento. Durante la cena, Lorenzo
se tomó una pastilla mientras Edurne llevaba los platos a la cocina. Cuando se
acostaron, ella propuso darle un masaje
a lo que Lorenzo accedió ya que eso relajaría sus vertebras cansadas de todo un
día frente al ordenador. Edurne vertió un generoso chorro de aceite sobre la
espalda de su marido y comenzó a recorrer su espalda con las palmas de sus
manos. —Eso huele fatal. —comentó el. —Es un aceite nuevo que me han
recomendado en la farmacia y por lo visto es mano de santo. —respondió Edurne
con convicción. —Pues con los ojos cerrados ese olor me recuerda al taller
cuando llevo el coche a cambiar el aceite. —ella no hizo más comentarios y
siguió friccionando la espalda de Lorenzo. Cuando se dio la vuelta la “viagra”
había hecho su efecto y hicieron el amor frenéticamente hasta quedar
extasiados. A la mañana siguiente, las sábanas estaban renegridas y
efectivamente el dormitorio había adquirido el aroma del mejor de los talleres
de automóviles, pero los dos decidieron guardar su secreto. Ella seguiría
dándole masajes con el aceite milagroso y él se tomaría un par de pastillas al
menos dos veces por semana. Unos meses más tarde su sexualidad había
experimentado una notable mejoría. El chamán tenía una clienta asidua y la
mercería del barrio se había asegurado la venta de dos juegos de sábanas
semanales.
Luis
Renedo De La Peña.
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