Miró su reloj. Eran casi las
tres de la madrugada. Hacía nueve horas que estaba sentado en esa mesa, a punto
de perder lo poco que le quedaba. Demasiadas excusas y un sinfín de promesas
incumplidas, le habían convertido en un ser despreciable ante los ojos de su
mujer, sus hijos y los amigos que de verdad lo eran. Un trío de ases, quizá
fuera suficiente, aunque las gotas de sudor que perlaban su frente, delataban
que no estaba tan seguro de ello. Aún así, estaba obligado a continuar. Puso
sus cartas en la mesa. Las piernas se le aflojaron al ver el póquer de Reyes,
que acababa de arrebatarle el dinero destinado a la curación de su hijo
pequeño. No debía haber tocado jamás ese dinero. Pero lo hizo. Salió de aquella
habitación, decidido a suicidarse. No podía regresar a casa y aceptar que había
vuelto a fracasar de nuevo. Se sentó en un banco a pensar como lo haría,
mientras el humo de un cigarrillo le quemaba los pulmones. Como muchas otras
veces, reconoció que le faltaba valor para todo y aún más, para tomar una
decisión de ese calibre. La desesperación le llevó a invocar al cielo y al
infierno pidiendo ayuda, aunque sin demasiada convicción. Al averno le ofreció
su alma. A Dios, la promesa de cambiar y una penitencia que conllevara dolor
físico. Esa misma semana, el destino le sorprendió y le hizo millonario. Era
demasiado bonito para ser verdad, pero lo cierto es que lo era. Tenía muy
reciente su promesa, por lo que decidió cumplirla. Hizo el camino de Santiago a
pié y los últimos cinco kilómetros de rodillas. Comenzó un cambio radical en su
vida, recuperando el cariño de sus seres queridos. Una noche, se despertó
sobresaltado. Estaba empapado en sudor y tremendamente asustado. Acababa de
tener un mal sueño. El mismísimo diablo le había visitado, reclamándole su
alma. Fue entonces cuando recordó algo que había escuchado alguna vez. “En
cuestiones de amor y dinero, no le pidas al cielo”. Había jugado su última
partida, perdiendo nuevamente. Porque lo prometido es deuda y las deudas, se
pagan.
Luis
Renedo.
Me gusta mucho, Luis. Hay cosas con las que no se juega, además las promesas deben cumplirse siempre, de lo contrario pareceríamos políticos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Curioso relato.
ResponderEliminarHay que tener cuidado con lo que apuestas...