Rutinariamente, ordinariamente,
monótonamente…, intercambio sus pulseras identificativas; lo hago sin maldad,
por pasar el tiempo, por simple entretenimiento lúdico, por matar al
aburrimiento. Aquí, en este silencioso, triste y tedioso lugar, sin hacer estas
pequeñas bromas, sin inocuos entretenimientos, día y noche, trabajo y ocio, vida
y muerte, resultan tan… fatigosos.
Me entretengo y no causo daño a nadie, ¿qué más les da a ellos ya? Siempre se termina por descubrir el error momentos antes del sepelio o de la incineración y…, si no fuera así…
¿Qué puede pasarte?
Que pongan flores sobre tu pecho yerto
personas desconocidas y te obsequien padrenuestros los familiares de ése vecino
silencioso y estático del pabellón de abajo.
Un juego inocuo, eso es lo que es, o así
era hasta que un mal día topé con la horma de mi zapato.
Un alma suspicaz, atormentada y enojada,
un alma estirada de alguno de esos tipos con mal carácter que jamás disfrutan y
que parece que les han metido una escoba por el culo; un aguafiestas que en su
vida rompió un plato ni ha regalado una sonrisa, es sin duda el propietario del
espectro que me acosa desde unas semanas a esta parte.
Me importuna con sus requerimientos
siempre, cuando cambio, solo por entretenerme, sin maldad y sin ánimo de
molestar, un nombre de alguna pulsera de un maléolo inmóvil, frío y yerto.
Los reproches del alma del amargado me
persiguen gritando con voz de ultratumba:
- ¡Estúpido, con tus juegos estúpidos, impides
nuestro descanso eterno!
Ángel Utrillas
Ángel Utrillas
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